“Un fin en sí mismo”, o cuando conceptos como compensar emisiones o reciclar se convierten en un problema en lugar de ser parte de la solución
Benito García, periodista.
"Fin en sí mismo" fue un concepto utilizado habitualmente por Kant para referirse al ser humano. Sostenía así que el hombre nunca será solo un medio u objeto para conseguir un fin, sino que es un fin en sí mismo y de ello procede su dignidad: de su característica de fin en sí mismo, que lo hace único e insustituible, con un valor intrínseco... y a ese valor se pliega todo lo demás.
En materia ambiental, uno de los medios de las distintas ecuaciones y combinaciones para llegar a la sostenibilidad empieza a convertirse en un fin en sí mismo, anulando y deturpando el sentido mismo del concepto de sostenibilidad (o más recientemente de la circularidad). Un elemento "final" del proceso se acaba convirtiendo (por intereses económicos) en un fin superior y el medio alcanza así la categoría de objetivo.
El sector de los residuos en su conjunto, fracasadas en los 80 las dos primeras R (reducir y reutilizar), fiándolo todo al reciclaje, al punto de convertirlo en un fin en sí mismo: modelos como Ecoembes en España o el eufemístico de la "valorización energética" (el plan b del fracaso del reciclaje, que se presentaba como solución para fracciones "irreciclables") se convirtieron en fin, en lugar de ser un medio para alcanzar un objetivo superior. Un ejemplo es la incineración en Suecia (que necesita cada vez más basura para alimentar la industria de la generación eléctrica mediante incineración... eliminando materias primas de los procesos circulares).
En cuanto al sector energético renovable, fracasan las políticas de optimización y reducción de consumo (y abandonado a su suerte el autoconsumo y las comunidades energéticas), se fijan unos objetivos urgentes de generación renovable (con la inestimable ayuda de una guerra) para fijar unos "ambiciosísimos" objetivos a muy corto plazo... solo alcanzables mediante la demolición controlada del proceso de control ambiental de los proyectos. Así, se empiezan a aprobar leyes de simplificación administrativa y exención de autorizaciones ambientales para estos proyectos.
Sectores como el textil, en el que ha fracasado la política de las tres R (ni una sola de ellas se alcanzó) venden ahora el concepto de medir, reducir y compensar, como alternativa y vía de escape para mantener un modelo insostenible. ¿Compensar?
La realidad es la que es (dato de esta semana): La tasa de circularidad en Europa se reduce al 11,7% en 2021. La proporción de recursos materiales usados que provienen de materiales de desecho reciclados cae en 2021 según los últimos datos publicados por Eurostat.
La industria de compensación de emisiones de CO2 prostituye ahora la función del bosque y de los árboles, reducidos a meras herramientas ya no de obtención de materias primas, sino de compensación de emisiones industriales. ¿Ahora los propietarios del monte serán gestores de CO2?
Consume que, si reciclas, el problema queda resuelto. Emite CO2 que, si compensas, el problema está resuelto. Y NO, no es así. Más allá de la compensación (y lo bonita que queda en las memorias anuales, lo que te ahorras de impuestos y lo útil que es para el greenwashig, ASG / ESG de tu compañía industrial) una plantación se convierte en numerosas ocasiones en un elemento de estrés para el suelo y los recursos hídricos, cuando no en elemento favorecedor de incendios, de expansión de especies invasoras y de pérdida de biodiversidad. No es la restauración forestal lo que importa, son los números lo que se persigue.
Vivo en la Galicia que padece estos tres males, un ejemplo de lo que no se debe hacer: plantaciones de monocultivos de pino y eucalipto ocupan el espacio de bosques biodiversos; aerogeneradores copan ya casi todas nuestras cimas para exportar energía "verde"; e industrias que no reciclan (ni reducen, ni reutilizan, ni practican la circularidad) tienen aquí un lugar en que emitir su CO2 sin invertir en mejoras de procesos productivos. ¡Es más barato compensar!